La figura de un "ahorcado" posee muchas significaciones. Está la figura de un hombre que cuelga de un poste seguido de un hecho sangriento o, por qué no, de un suicidio malsano; la figura religiosa de Judas quien, supuesto traidor, muestra también sus vísceras destajadas a los aterrorizados hombres que se quedan sin su padre y, de paso, sin su propia culpa; la figura del hombre que cuelga de un pie en el antiguo tarot (que apunta hacia el sacrificio en pos de bienes superiores). Está también la imagen que se tiene del juego en el cual uno intenta salvar a su ahorcado descubriendo las letras correctas antes que muera quemado por nuestra propia impericia. En fin, de cualquiera de las formas en que se trate aquella imagen no es algo que nos deje tranquilos, tal vez sea porque siempre está implícita la asociación que hacemos de ella con la muerte, de algo que traemos con nosotros pero que ocultamos en la masa. Es algo inquietante, casi repulsivo, no es algo que nos permita mantenernos pasivos y la reacción consiguiente generalmente será de rechazo. Un ahorcado no es alguien que llegue a esa condición por seguir el patrón normal de las cosas, por mantenerse en la línea correcta. No es una muerte natural. Es alguien que agrede a las masas mostrándoles su cuerpo balanceándose obscenamente y por ello se considera su muerte como una instancia repudiable y negativa. O al menos es la visión tradicionalista hasta donde llega la mayoría con su propio horror y miedo de llegar a un límite tan señalado y expuesto. Pero la figura de "el ahorcado" va más allá. En primera instancia hay que reconocer que su figura es necesaria y está en la mente de todos. Su enjuiciamiento espontáneo permite a su vez una sanación interna que trae consigo la estabilidad y el orden. Pero, incluso más allá, su aceptación es también la aceptación del traspaso de la muerte hacia la vida, un ritual necesario de renovación extrema que se produce a través de la inmolación o la entrega de nuestros cuellos a la soga que nos elevará…
En su momento no lo sabíamos, pero arrastrábamos tras nosotros aquel peso difuso e incierto que buscaba aquella renovación, aquella savia que corría por las calles de nuestro entorno y que se diluía al volver la vista. Un espejismo de cotidianeidad, tal vez, pero que nos indicara que existía sentido dentro del sentido. Aquello era la revista "El Ahorcado". El ansia de cambio y de transformación que pagábamos con nuestros cuerpos balanceándose gustosos de saltar al vacío. La búsqueda de contracultura y de arte fuera del arte. La búsqueda de historias comunes pero cargadas de de espesor seminal y primario. El espejo de nuestras propias expresiones y la acogida de las agrupaciones que considerábamos dignas de una soga como la nuestra. No, no lo sabíamos, pero todas nuestras historias convergían en aquel desaventajado puñado de letras y todos nuestros procesos exigían también de sanaciones internas. Se dejó atrás estudios, trabajo, tiempo, dinero, amarguras, rabias, alegrías, risas, ¿amores?... para dar vida a lo que fue el primer número de la revista El Ahorcado nacido el 22 de octubre del 2007 en el peda, en una ceremonia que tuvo más sangre de la que ninguno de nosotros pensó en su momento. Los integrantes, tal como reza nuestra pequeña sección "el ello": el leo, la luzma, el omar, la ana, el hugo, la andrea, el diego, la xaviera, la marcela, el marcelo, la maritza, el francisco, la belén (mi pequeña belén) y quien en este minuto les habla. Un abrazo para todos ellos y un pequeño homenaje al tiempo en memoria de nuestras correrías por las calles de Santiago en busca de verdadero arte o en busca de nosotros mismos.
By Oscar Subiabre
By Oscar Subiabre
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